Otro día más amanece que no es poco.
Me quedo sentado en el borde de la cama pensativo, dubitativo y sobre todo
dormido, muy dormido. Creo que esto de madrugar no es bueno para nadie y menos
en estos momentos. Hoy toca un día muy largo de trabajo y lo único que me
apetece es perderme por las calles de Madrid, no dar ninguna explicación a
nadie de porqué me apetece estar solo, solo tengo veinte años y me siento como
un anciano, como si mi vida estuviera pasando tan deprisa que no pudiera
detenerme, disfrutar de lo que tengo y
ser feliz. Las circunstancias no son las mismas que hace unos meses en
los que él estaba bien. Todavía recuerdo aquel momento, hace dos o tres semanas–
ya no sé ni en que día vivo- en los que yo me encontraba en casa con mi padre
viendo la tele cuando de pronto le noté diferente.