Otro día más amanece que no es poco.
Me quedo sentado en el borde de la cama pensativo, dubitativo y sobre todo
dormido, muy dormido. Creo que esto de madrugar no es bueno para nadie y menos
en estos momentos. Hoy toca un día muy largo de trabajo y lo único que me
apetece es perderme por las calles de Madrid, no dar ninguna explicación a
nadie de porqué me apetece estar solo, solo tengo veinte años y me siento como
un anciano, como si mi vida estuviera pasando tan deprisa que no pudiera
detenerme, disfrutar de lo que tengo y
ser feliz. Las circunstancias no son las mismas que hace unos meses en
los que él estaba bien. Todavía recuerdo aquel momento, hace dos o tres semanas–
ya no sé ni en que día vivo- en los que yo me encontraba en casa con mi padre
viendo la tele cuando de pronto le noté diferente.
- ¿Papá, estás bien? ¿Papá me oyes?
¿Papá?
Mi padre estaba completamente pálido
y no reaccionaba a ninguno de mis movimientos y no conseguía articular palabra.
En ese momento no sabía que hacer, si salir corriendo a pedir ayuda, intentar
hacer que volviera a la normalidad o simplemente sentarme y llorar como un niño
pequeño al que le da miedo la oscuridad. Tras conseguir reaccionar, conseguí
llamar a la ambulancia para que vinieran a recogerle. Todavía se me ponen los
pelos de punta al recordar aquel momento en el que vi que todo mi mundo se
desmoronaba por lo que estaba sucediendo en aquel cuarto en el que nos
encontrábamos él y yo solos hablando de nuestras cosas, de cosas de padre e
hijo. Ver los ojos de mi madre, llenos de lágrimas y pensar que quizá no iban a
ir las cosas muy bien era lo que más de dolía en aquel momento.
- Mamá, no te preocupes, todo va a
salir bien y en pocos días papá conseguirá superar todo este problema y nos
iremos a casa.
- Hijo mío…sé fuerte, por favor, sé
fuerte.
- Mamá, tranquila, llevas aquí mucho
tiempo esperando a que los médicos nos den una respuesta, ¿quieres que te lleve
a casa?
No accedió, como buena mujer ella
quería permanecer junto a su marido al que tanto quería y del que no se iba a
separar ningún momento. Yo decidí irme a descansar un rato a casa por lo que
cogí el coche y regresé para coger fuerzas. Durante el trayecto lo único que se
me pasaba por la cabeza era el miedo que tenía de perderle…ya la había perdido
a ella por mi estupidez inmensa de no querer mostrar mis sentimientos, por
querer disfrutar sin tener que dar explicaciones a nadie, pero lo único que
esto me hacía era ver que realmente ella me gustaba y eso me asustaba. Ella,
sí, la única chica que ha hecho despertar en mí ese sentimiento al que algunos
denominan amor.
- ¡No!, ¡para de pensar en ella y
piensa en tu padre! – Me decía a mi mismo en voz alta- ¡tú no puedes quererla,
no puedes quererla!
Cuando llegué a casa lo primero que
hice fue darme una ducha, una ducha larga y caliente que me haría dejar los
pensamientos aparcados y dejar mi mente en blanco. Un cigarro tras otro, un
paquete tras otro y mi nerviosismo iba a más y no podía dejar de pensar en mi
padre y en que esta vez las probabilidades eran menos, cada vez estaba peor y
aunque no quisieran decirnos la verdad, yo sabía que él estaba agotando sus
últimos cartuchos y que debía aprovechar el tiempo que nos quedaba juntos, ya
sea en un hospital o en una cama.
- Otra vez tú en mi cabeza…por más
que quiero evitarlo siempre apareces y me recuerdas todo el daño que te he
hecho – hablo conmigo mismo mientras me miro a un espejo- sabes que todo esto
no está bien pero tú no sabes querer, no sabes.
Ella y yo empezamos a conocernos hace
tiempo, dos años atrás y las circunstancias de nuestra relación nos han hecho
irnos queriendo, pero a nuestra manera. Ella me quiere, me lo ha demostrado
siempre, incluso cuando yo la he ignorado completamente y he fingido que no
quería nada con ella, ella ha seguido perseverando. Pero no puedo, no puedo
estar con ella…no puedo darle lo que ella se merece y lo que espera de mí, y
por eso la he vuelto a rechazar mintiéndole diciéndola que no quiero nada con
ella, que no la quiero en mi vida, que simplemente no la quiero.
- ¡Mientes, mientes y lo sabes, sabes
que me quieres! – Me decía ella con lágrimas en los ojos- Sabes perfectamente
que yo te quiero y que tú también me
quieres, pero lo único que tienes es miedo, miedo de estar con una persona, de
dedicarle tu tiempo y de compartir tu vida con ella. Eso es egoísta Álvaro, es
muy egoísta por tu parte, y no te pido que me des toda tu vida, tampoco quiero
ser un incordio para ti, solo quiero estar contigo, ¿qué hay de malo en eso? Si
es eso lo que quieres y vas a seguir callado mirándome sin decir nada, lo único
que te puedo decir es que tengas suerte.
Y se fue…se fue y me dejó allí
plantado y con los ojos a punto de estallar. Ella llevaba razón, yo la quiero
pero no sé porqué el miedo no me deja estar con ella, no me deja ser la persona
que ella merece tener a su lado. Yo siempre he sido un chico muy libre, no me
ha gustado atarme a nada, vivir mi propia vida sin rendir cuentas a los demás y
quizá ahora es cuando debo de empezar a plantearme que si quiero estar con
ella, ese miedo debe desaparecer. ¿Por qué ahora mi vida se está yendo por un
precipicio? Rompo a llorar como nunca, como hacía tiempo que no lloraba… La
tensión acumulada de estos días me está matando por dentro y lo único que deseo
es llorar hasta quedarme dormido. Ya es de día y decido volver al
hospital a ver a mi padre. Cuando llego mi madre está hablando con uno de los
médicos.
- Buenos días, ¿Qué te ha dicho el
doctor?
- Hola hijo, ¿has desayunado? Vamos a
la cafetería, necesito una tila.
Antes de llegar a la cafetería mi
madre rompe a llorar y me abraza, me abraza tan fuerte que me hace ver que las
cosas no están bien, que algo está fallando.
- Se muere… - mi madre susurra entre
sollozos- se muere, hijo mío…
Mis ojos se llenan de lágrimas que no
dejo salir, que no quiero que vea mi madre, pero es imposible no sentir este
dolor que se está apoderando de mí cada vez más fuerte y que apenas me deja
respirar. No puedo creer que se vaya, que mi héroe, mi padre, mi amigo, mi
todo, se vaya a ir y me vaya a dejar en este momento en el que me encuentro.
Quiero pensar que todo esto no es cierto, que debe de haber algún error, que mi
padre no se va a ir todavía. Cuando consigo articular palabra y que mi madre se
tranquilice decido entrar a ver a mi padre a UCI. Ahí está, tumbado en la cama
con la mirada perdida y sin poder hablar. Le miro y rompo a llorar otra vez y
veo como el en vez de llorar también me dedica una sonrisa, una sonrisa que
nunca había visto, una sonrisa de esas que dicen “tranquilo, todo estará bien”,
aunque sepas que nada va a estarlo.
- ¿Por qué? ¿Por qué me tienes que
dejar ahora papá? No te vayas, no me dejes con esta carga por favor, sé que te
vas a recuperar, lo sé, tarde o temprano lo sé pero no me dejes, no ahora.
Esas palabras me dolían como cuchillos clavándose cada vez más fuerte, me abracé a él deseando despertar de
esa maldita pesadilla en la que me encontraba sumido y que no terminaba nunca.
Mi padre me rozaba con sus dedos, casi sin fuerza y fue cuando le vi llorar por
primera vez, vi como sus ojos se llenaban de lágrimas. Con gestos me pedía que
le quitara el respirador un momento para poder hablar conmigo. Estaba débil y
no sabía si realmente iba a conseguir mantener una conversación conmigo. Una
vez hecha su voluntad comenzó a hablarme.
- Lucha, hijo mío, lucha, nunca te
rindas. Todo va a salir bien, cuida de tus hermanos, cuida de tu madre y sobre
todo cuídate a ti mismo. Esa, esa chica de la que tanto me has hablado, ella es
la que va a conseguir darte la felicidad, aunque ahora no lo creas. Mírame,
toda una vida con tu madre y la sigo queriendo como el primer día en que la vi,
y sé que ella me va a seguir queriendo aunque yo me vaya. LUCHA, VIVE y sobre todo AMA.
Y ambos rompimos a llorar en un
fuerte abrazo.
Cuando decidí salir a comer algo,
toda mi familia estaba allí: mis hermanos, mi madre, mis tíos e incluso muchos
de los amigos de mis padres y míos. Pero mi cuerpo se quedó petrificado cuando
la vi a ella, rota de dolor, mirándome como nunca me había mirado. Ella estaba
allí, después de todo lo que había pasado, después de todo el daño que le había
causado días atrás y de todos los falsos argumentos que le di para no estar
juntos, ella estaba en aquella sala de espera mirándome fijamente a los ojos
como aquel primer día en la que la conocí. Fue un verano hace dos años atrás y
desde aquel primer día en que la vi pensé que no podría ser posible, que ella y
yo nunca podríamos estar juntos, pero me gustaba…me gustaba demasiado. Aquel
día lo recuerdo como si fuera ayer, estaba asustado, tenía pánico cuando
hablaba con ella y no sabía que decir para que se sintiera atraída por mí, para
que no se aburriera con lo que le estaba contando. Esos recuerdos, que me
golpean una y otra vez, son los que en este momento se me estaban pasando por
la cabeza al verla en aquella sala de espera mirándome. Después de saludar a
todos mis familiares me acerqué a ella y sin mediar palabra me abrazó, me
abrazó tan fuerte que pude notar cómo su dolor me traspasaba, y lloraba,
lloraba desconsoladamente y yo no podía hacer nada al verla llorar, porque
sabía que estaba sufriendo una vez más por mí. Tras abrazarnos decidimos bajar
a tomar un poco de aire fresco.
- Lo siento, lo siento tanto – me
decía con la voz muy calmada y triste-, no te mereces esto, pero solo quiero
que sepas que me tienes aquí, como amiga, siempre como amiga, siempre como lo
necesites, pero siempre estoy aquí ¿lo sabes no?
- No sé como puedes seguir viéndome,
no entiendo cómo lo haces pero cada día me sorprendes más. No te mereces nada
de esto, no te mereces sufrir por mis problemas.
- ¿Cómo puedes ser así? ¿Podrías
pararte a pensar que realmente si sufro por ti es porque me importas demasiado,
aunque no sea recíproco? Perdona… perdona por decirte esto, no es momento ni
lugar. Solo quería venir a ver cómo te encontrabas nada más. Mañana volveré
otra vez, no me voy a separar de ti aunque intentes evitarlo, me importas
demasiado. Espero que pases una buena noche Álvaro.
Y se volvió a marchar. Me volvió a
dejar helado y sin poder articular palabra. Ella siempre me llama por mi
nombre, siempre, nunca me ha llamado de cualquier otra forma. ¿Por qué no puedo
ser sincero con ella? ¿Por qué lo estoy echando todo a perder por un miedo
absurdo? Necesito una ducha de agua caliente, pero no me quiero despegar de mi
padre ni un solo momento, por lo que decido pasar la noche en el hospital junto a
mi padre, que es quien realmente me necesita en este momento, y yo a él. Los
hospitales por la noche son aún más tristes si cabe que por las mañanas. Salas
en silencio, nadie por los pasillos, gente tosiendo, gritando, llorando e
incluso roncando. Cuando regreso a la sala de espera, mi madre está dormida
pero se despierta en un sobresalto al oírme llegar.
- ¿Te han dicho algo más los médicos?
- No hijo, solo me han dicho que es
cuestión de tiempo, tu padre está cada vez peor y no me dejan entrar a estar
con él. ¿Tu que tal estás? Ha venido tu amiga a verte, ¿la has visto? Esa chica
se preocupa mucho por ti, ¿estáis saliendo?
- Sí, vengo de fumarme un
cigarro y charlar con ella. Somos amigos, ya está, solo amigos, además no
quiero hablar ahora de eso, solo quiero ver a papá.
Mis palabras son muy duras pero en
ese momento no necesito estar pensando en el error que estoy cometiendo, solo
quiero aprovechar el poco tiempo que me queda con mi padre. Amanece otra vez y
mi madre está dormida en mis rodillas con el cuerpo estirado entre esas sillas
tan incomodas de las salas de espera de los hospitales. Me despierto al ver
entrar a un médico con semblante serio.
Nos hace pasar. Ya está. Ya está todo. Ya hemos llegado al final del camino,
los cartuchos están todos agotados.Corro, corro llorando, con el alma
partido en pedazos, cojo el coche para irme, no puedo estar allí. Arranco el
coche inconsciente de mis actos, no puedo pensar, mi cabeza no me deja pensar,
solo me guía hacia un lugar, sólo me guía a una persona. Cuando bajo del coche
y consigo caminar por inercia me decido a llamar a su puerta y esperar, esperar
que ella abra, la necesito, necesito estar con ella. Cuando escucho pasos me
quedo petrificado. Nadie abre la puerta pero noto que alguien viene por detrás.
-¿Álvaro?
Me giro con las lágrimas brotando de
mis ojos y allí está ella
- Ya no está, ya se ha ido.
Perdóname.
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